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La religión y la política de las sociedades musulmanas

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by

Jean-Philippe Platteau

Se suele creer que el Islam es una religión reaccionaria que defiende la tradición contra la modernidad y la libertad individual. Esta columna desafía esa opinión. Muestra que, debido a su modelo de organización descentralizada, esta religión, en ocasiones, ha sido manipulada por extremistas, cínicos autócratas, autoproclamados líderes religiosos e incluso por las potencias occidentales. Lo anterior no ha hecho sino contribuir a la creación de profundas divisiones sociales.

Según una versión muy publicitada, la diferencia entre el cristianismo y el Islam es tan radical que refleja un ´choque de civilizaciones´: la percepción occidental de la separación de la religión y la política y la afirmación de los derechos individuales se opone a una visión global de ley divina que amalgama la religión con la política y el reconocimiento de los derechos colectivos.

La realidad es más compleja:

  • Primero, la doctrina islámica contiene pocas instrucciones precisas sobre cómo debe comportarse un musulmán.
  • Segundo, se debe distinguir cuidadosamente el Islam oficial del Islam de las masas.

Existen múltiples fuentes de la ley islámica, diferentes escuelas de pensamiento y variaciones dentro de ellas. Muchas de esas diferencias se producen en las altas esferas de la fe, entre los juristas del Islam. Pero incluso vemos muchas más variaciones cuando descendemos al mundo de la gente común que vive principalmente en áreas rurales, pueblos pequeños o en las periferias de las ciudades. Estos son los dominios del «bajo Islam», donde las normas y prácticas consuetudinarias siguen siendo muy influyentes.

La considerable variedad y flexibilidad del Islam son el resultado de la organización descentralizada de una religión que no otorga a sus representantes oficiales el poder de ofrecer una interpretación única del legado del Profeta.

Dado que el Corán no se ocupa de cuestiones constitucionales ni administrativas, y las pocas prescripciones islámicas con respecto a la conducta política se expresan en términos bastante generales, la burocracia islámica nunca ha constituido un obstáculo para el despotismo y la tiranía. Incluso en los mejores casos, el poder compensatorio de la religión se limita a ofrecer a los opositores políticos refugio en los santuarios.

La posición política del Islam es especialmente débil porque sus estudiosos, los ulemas, se adhieren a la doctrina de que el orden social y político es lo que más importa, y que el despotismo es preferible a la guerra civil y la anarquía. En la medida en que reciben privilegios materiales del soberano y que pertenecen a familias entrelazadas con los círculos de poder, son colaboradores activos, a menudo dispuestos a hacer los pronunciamientos solicitados para legitimar un régimen autocrático.

En muchas instancias históricas, prevaleció un equilibrio político-religioso, bajo el cual el régimen autocrático era estable y su relación con los clérigos cooperativa. Al cooptar a los eruditos religiosos que se dejaron en gran medida libres para tomar decisiones en asuntos personales, y al comprometerse a llevar a cabo acciones y políticas relativamente moderadas, el gobernante buscó que la legitimidad espiritual se confiriera de manera creíble al estado.

Pero este resultado no se obtiene en situaciones de crisis política. Por ejemplo, cuando hay un vacío de poder en el centro o el estado central es débil, los clérigos religiosos tienden a elevarse para llenar el vacío y proteger a la gente común de las vicisitudes de la guerra civil o la anarquía.

Piense en Irán bajo la dinastía de los Qâjars. La intervención de los clérigos contribuyó a terminar con una situación de poder político central débil, que tenía consecuencias desastrosas para la clase media y la gente común. El éxito de las manifestaciones populares instigadas por los religiosos, los animó a intensificar sus acciones; y su compromiso activo contra las políticas inicuas del Sha y su gobierno aumentaron su prestigio social y su influencia entre la población, incluidas las clases mercantiles.

Como resultado, su liderazgo fue gradualmente confirmado y sostenido por la voluntad popular. En lugar de ser una característica intrínseca del Islam, la intromisión de una fracción del clero en la política, fue una respuesta a un entramado de circunstancias específicas.

 Cuando las políticas de un autócrata son profundamente impopulares, y cuando éste es muy corrupto, comprar a todos los religiosos a través de privilegios materiales resulta demasiado costoso y la inestabilidad política es inevitable. En tales circunstancias, la oposición política es especialmente amenazante porque los clérigos, a quienes el gobernante no controla, es decir, los clérigos autoproclamados, se vuelven muy elocuentes.

Entonces es tentador para los gobernantes seculares con una inclinación despótica utilizar la fuerza legitimadora del Islam oficial tanto para atacar el discurso religioso de los líderes clericales de oposición como para descalificar el discurso secular de las fuerzas de izquierda.

El resultado final ha sido, frecuentemente, la trágica erradicación de las fuerzas seculares progresivas (incluidos sindicatos, movimientos estudiantiles y asociaciones intelectuales y profesionales) y el surgimiento de sociedades polarizadas, en las cuales el idioma del Islam se ha convertido en la única forma tolerada de expresión para la oposición política.

La división entre clérigos oficiales que declaran “fatwas” en favor del régimen y clérigos autodenominados que se identifican con las masas y pronuncian contra-fatwas, inyecta veneno a un clima político dominado por anatemas en lugar de argumentos razonados.

Las experiencias recientes de Argelia, Egipto, Indonesia, Irak, Malasia, Pakistán, Palestina, Sudán y Siria, ilustran cómo el Islam puede ser políticamente manipulado y cómo se crea un punto muerto oscurantista.

El aumento del pensamiento religioso fundamentalista en el Islam puede atribuirse en gran medida a que:

  • Las personas asocian las fallas de sus gobiernos para enfrentar los desafíos de la modernidad con los fracasos del secularismo y el camino occidental; y
  • Las derrotas militares han contribuido a crear una profunda crisis.

Una implicación importante de la percepción generalizada de fracaso del secularismo, y del sometimiento e incluso la eliminación de movimientos y organizaciones seculares orientados a la izquierda a instancias de gobernantes seculares cínicos y miopes, es que el Islam tiene poca competencia cuando se trata de articular la oposición popular a gobiernos corruptos e inequitativos.

La expresión religiosa es la única que tiene la gente, especialmente las personas jóvenes, educadas y de clase media baja, para comunicar críticas y protestas contra la represión, la injusticia social, la falta de participación política y las amenazas a la identidad colectiva.

Las potencias occidentales han contribuido de dos maneras a exacerbar el papel de los movimientos islamistas violentos:

  • En primer lugar, a menudo han nutrido a tales movimientos como aliados tácticos en su lucha contra el nacionalismo árabe y el comunismo.
  • En segundo lugar, al practicar el doble rasero en sus políticas exteriores, comenzando con sus políticas coloniales, han ayudado a victimizar a las poblaciones musulmanas de todo el mundo.

Además del juego cínico de los autócratas musulmanes, estas estrategias han contribuido a la creación de profundas divisiones dentro del cuerpo de las sociedades musulmanas.

 

Jean-Philippe Platteau
Emeritus Professor, University of Namur

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