Medio ambiente, energía y naturaleza

Refugiados y fragilidad ambiental: los Rohingya en Bangladesh

7 min

by

Yasmin Khan

Los refugiados rohingyas que viven en la zona de Cox’s Bazar en Bangladesh, cuentan solo con un combustible para cocinar: el bosque nacional al lado del cual se han visto obligados a establecerse. Pero como se informa en esta columna, con la deforestación y la desertificación, la población local es ahora aún más vulnerable a los peligros de los deslizamientos de lodo, las inundaciones y los ciclones. Además de la ayuda humanitaria de emergencia, es esencial encontrar formas de prevenir una mayor degradación y, si es posible, restaurar la calidad ambiental dentro y fuera de los campamentos de refugiados.

En mayo de 2017, mi amigo Imran y yo estábamos buscando elefantes en el exuberante bosque nacional de Teknaf, en el sureste de Bangladesh, cerca de la frontera con Myanmar. Tenía pocas esperanzas de que pudiéramos ver elefantes, pero el bosque era un escape genial del calor húmedo del campamento de refugiados, que durante días habíamos vivido. Los árboles tropicales bloqueaban el sol feroz, y el bosque estaba vivo con el canto de los pájaros, los chorros goteantes y el sonido de los machetes contra la madera.

“Este bosque desaparecerá pronto”, dijo Imran. Había sido testigo de la lenta decadencia de la selva desde que llegó a los campamentos, hace 25 años, como un niño refugiado de Myanmar. “Todos están tratando de cocinar su comida con el bosque. No hay otra opción.”

Me costó creer que el bosque desaparecería, a pesar de que en ese momento había casi 300,000 Rohingyas viviendo en un limbo apátrida en Bangladesh, algunos llevan ahí más de 40 años; se trata de refugiados sin acceso a combustibles alternativos, como los tanques de propano o el estiércol de animales que utiliza la comunidad local de Bangladesh. El bosque parecía inagotable, pero a nuestro alrededor reverberaba un ominoso y constante ritmo de corte, producido por los recolectores de madera escondidos por las hojas.

Ahora el exuberante bosque ha sido reemplazado por colinas onduladas amarillas, donde incluso las raíces de los árboles han sido excavadas para obtener leña. Los pájaros se han ido y los elefantes, que han sido empujados a algún espacio remoto, en las noches, ocasionalmente tropiezan con los campamentos; pisan y matan a sus habitantes del campamento.

La terrible predicción de Imran se hizo realidad incluso más rápido de lo que podría haber imaginado. En agosto de 2017, 700,000 rohingyas huyeron del espantoso repunte de la violencia en la vecina Myanmar; esta violencia, ha sido intermitente desde los años setenta y ha convertido en refugiados a más de un millón de rohingyas. Pero esta última ola ha sido, por mucho, la más grande, y ha llamado la atención de los medios globales.

Las empinadas colinas y mesetas están cubiertas de pequeñas cabañas de bambú y plástico que se extienden por 3.000 kilómetros cuadrados en el expansivo «campamento de refugiados» Rohingya en el sureste de Bangladesh. El campo de refugiados de más rápido crecimiento en el mundo alberga a casi un millón de personas y parece un escenario de películas de Mad Max: masas de personas arrastrando leña y enormes raíces de árboles, bolsas de arroz, jarras de agua, bebés y postes de bambú que navegan por senderos tortuosos con caídas bruscas. Los senderos bordean un polvoriento paisaje lunar que ocasionalmente está salpicado de estructuras de perforación de pozos de 100 pies, repletas de jóvenes trabajadores de Bangladesh.

En mayo de 2017, cuando visité el campamento, solo había un par de organizaciones no gubernamentales (ONG) trabajando en los campamentos. Los servicios de salud eran limitados, la ayuda alimentaria era escasa o inexistente para algunos. Los refugiados que han permanecido en la zona durante un largo periodo, trabajan para adaptarse a su precariedad apatridia, alimentada por las restricciones a los medios de subsistencia, la movilidad, la educación y la asistencia sanitaria.

Sólo tres meses después, en agosto de 2017, el bosque desapareció. En ese entonces aún había un plan general para proveer enormes cantidades de combustible para cocinar, comida o trabajo para el millón de refugiados.

La rápida deforestación y la actual desertificación complican los esfuerzos para alimentar y proteger a casi un millón de personas, 70% de las cuales son mujeres y niños, que padecen una movilidad y medios económicos aún más reducidos que los hombres rohingya. Además, la devastación ambiental también ha aumentado la vulnerabilidad de la comunidad empobrecida local bangladeshí.

La comunidad de acogida y los residentes rohingya a largo plazo no son ajenos a los eventos climáticos extremos como ciclones, monzones e inundaciones que azotan la costa de la Bahía de Bengala. Se trata de una región particularmente precaria en un país conocido por su vulnerabilidad al cambio climático. En mayo de 2017, el ciclón Mora, al golpear el área baja de Cox’s Bazar, provocó la evacuación de más de 300,000 personas, mató al menos a seis y destruyó 20,000 viviendas del campamento rohingya.

En mayo de 2016, el ciclón Roanu provocó la evacuación de 500,000 residentes y mató al menos a 24 personas. Para la próxima temporada de ciclones se temen el deslizamiento mortal de toneladas de lodo y las inundaciones agravadas por la falta de árboles e incluso de raíces de árboles en el paisaje montañoso. Esas tierras altas eran un refugio para los residentes rohingya y para la comunidad anfitriona.  

“Solíamos refugiarnos en el bosque durante las tormentas e inundaciones. Ahora ya no existe”, dijo una mujer rohingya que vive en el campamento de Kutupalong desde 2005. Informó que, sin acceso a un trabajo, les ha resultado difícil mudarse del campamento a ella, a su hija adolescente y a sus dos hijos pequeños, aún durante las tormentas. Ahora con controles aún más estrictos sobre el movimiento de los rohingya, una mayor presencia militar y policial en los campamentos y sin un bosque en el cual refugiarse, dijo que no sabe a dónde ir si llega otro ciclón.

Las estrategias de afrontamiento y adaptación de los residentes más vulnerables rohingyas y de Bangladesh en la zona de Cox’s Bazar, han sido superadas. Y esto, no solamente por el hecho de que los árboles hayan sido talados, sino porque durante décadas, los funcionarios del gobierno bangladeshí no han abordado los efectos ambientales de concentrar a cientos de miles de refugiados en un área ambientalmente frágil, en donde la comunidad de acogida es también muy pobre.

Los rohingyas y sus vecinos de Bangladesh no son intrínsecamente vulnerables: su propia supervivencia depende de una capacidad de adaptación continua, adaptable a una formidable combinación de desafíos ambientales, políticos y económicos que pocos podrían sobrevivir.

Pero su vulnerabilidad se ha visto exacerbada por las acciones (o la falta de acciones) de autoridades gubernamentales y no gubernamentales que van más allá del gobierno de Bangladesh. Los grandes países donantes de ayuda como Canadá, Estados Unidos y las potencias regionales como India y China, no han presionado por soluciones sustentables ante la prolongada situación de los refugiados en Bangladesh.

Aunque la deforestación ha sido un proceso relativamente lento a lo largo de las últimas décadas, el reciente enfoque internacional en los campamentos Rohingya, ha llevado a los expertos ambientales a reconsiderar los impactos a largo plazo de la concentración de refugiados en esta zona, ambientalmente muy frágil. Expertos del Centro Internacional para el Cambio Climático y Desarrollo, una importante institución de investigación con sede en Dhaka, centrada en la investigación del cambio climático en Bangladesh y en el extranjero, han propuesto un proyecto de impacto ambiental a largo plazo para evaluar y monitorear la degradación en la zona de Cox’s Bazar.

Dicho proyecto, de nueve meses, identificará los cambios en el medio ambiente y cómo prevenir una mayor degradación, y si es posible, restaurar la calidad ambiental dentro y fuera de los campamentos Rohingya. El proyecto estará dirigido por expertos de Bangladesh en cambio climático, calidad del agua y deforestación, y se centrará en el género, ya que el 17% de los hogares en los campamentos están encabezados por mujeres.

Un aspecto clave de este proyecto es que examinará los impactos de los hogares fuera del campamento que también se han visto afectados por la deforestación y el cambio climático costero. También considerará los efectos del asentamiento de un millón de rohingyas en el área, así como de los miles de personal de ONG, periodistas y visitantes que han aumentado el tráfico, la vivienda y los precios de los alimentos, y con ello, han afectado los medios de subsistencia locales.

 

Yasmin Khan
Ph.D. student in Human Geography and Women and Gender Studies, University of Toronto.